No nos extrañamos
cuando
al mirarnos en
un espejo fotográfico
dejamos
de vernos
a nosotros mismos
(o lo que
creíamos que éramos como
significante).
No nos alteramos
cuando
reflexionando
sobre nuestro
yo en abstracto,
uno se percata
de que es
aquello que no
quiere ser -lo
que odia, lo que le desagrada o lo que simplemente le incomoda-.
Ese no-extrañamiento y esa no-alteración -siempre que nos
mantenemos dentro del referente razonable- son consecuencia
directa del contexto reconocible, aunque a veces no asumido. Y
es que el sujeto identificado -el consciente, que se conoce y
conoce a los demás tal y como son realmente- no se perturba,
sabiéndose capacitado para transformar lo que no leentusiasma.
Este ser -en este caso, el artista- pretende, cuando está en desacuerdo
con su situación, auto-realizarse, acomodarse a la
narración de lo ideal (imagen mental conceptualizada); pretende a
través de la conformación de los otros readaptarse, crearse particularmente
en una forma ficcionada, sea monstruosa o no. Todas
estas nociones, englobadas en el arte de comprendernos a nosotros
y a los otros, encuentran en la faceta creativa -entendida en
su amplio discurso plástico- el medio adecuado en el que expresar
esa nueva irrealidad, ya real. Es bajo estos propósitos donde
insertamos las representaciones de Torregar, que nos hace partícipes
mediante sus ensayos fotográficos de los juegos de dualidades
y confrontaciones que se establecen ante la búsqueda de
la identidad, o de los rasgos identificativos del ser preconcebido a
través del falseamiento como norma calificativa.
(Fragmento de texto) Fernando Vázquez Casillas |