Toda fotografía es en realidad un mapa de los hechos, de los
rostros, y de las ciudades; es un signo condensado de la experiencia.
El mapa de algo que “es”, más allá de su mera apariencia.
En la mayoría de sus fotografías, Chema Prado recoge “apariciones”,
imágenes nacidas del asombro que se mantienen en
ese lugar identificado como “la epidermis de lo existente”. Ese
lugar del que el poeta dijo que nada era tan profundo.
(...) Según Chema Prado las ciudades son apenas espacios
leves. Él sigue en casi todas sus tomas una fórmula chejoviana
de “sugerir y no mostrar” -en éstas siempre existe un grado de
ocultación- y con ello consigue una incertidumbre nada sentimental,
a la que llega con la conciencia de que debajo de la apariencia,
de su piel, existe un esqueleto, y de que además de lo
que vemos existen los ruidos, el clima, la atmósfera. Es el espacio
interior. Porque sin duda con sus fotografías logra que la
imagen escape del espacio, consigue que se pare el tiempo y
que éste quede incorporado a su forma de ver la realidad. Una
realidad pura y meramente fotográfica. Sus tomas son capturas
de tiempo fugaz, de un momento que huye. Realidades ambiguas,
cortas; luces y reflejos que aparecen en las sombras
como el mito de la caverna; enigmas de lo real.
(Fragmentos de texto) Lola Garrido |