La fotografía de Luis invoca la brutalidad de la conciencia de a
pie, recién descubierta, la escarnada belleza del aliento privado,
ensimismado, ultrapersonal, en donde las mociones están
desvestidas de arquitectura, más que crudas, y el sudor de los
cuerpos y los objetos amenaza con emborronar la imagen, de
tanta presencia. La fotografía de Luis augura el presente un
segundo antes de que ocurra, es el temblor justo antes de la
decisión o la toma de conciencia, tiene el tacto de un presagio,
de un recuerdo en duermevela que se borró y se recupera, tiene
el sabor de un secreto, encriptado en la funda del anonimato,
como la punta de la lengua adivinando la pipa entre las dos cáscaras.
La fotografía de Luis son los ojos de Sidharta reconociendo
las vísceras de su amado pueblo. El papel lleva nitrato de
sangre, no de plata. Baylón se disuelve en el aire que respiran
sus personajes, se convierte en entorno inherente, desde donde
negocia con las hadas callejeras el desentierro de lo sublime
bajo lo cotidiano. Así, aparecen hombres, mujeres, animales y
objetos con el halo sonoro de especimen único sobre el planeta,
aunque ellos no lo sepan, y nosotros, recién, sí. Son retales
inconscientes de nuestra memoria improbable, a los que no concedimos
importancia, hasta que aparecieron, de verdad, en los
sueños desvelando todo el significado que habíamos ignorado.
(Fragmentos de texto) Federico Ruiz de Lobera |